martes, 18 de junio de 2013

BIBLIOTECA: "¡LA BANDERA! ¡HAY QUE ESCONDER LA BANDERA!", DE DIANA GONZÁLEZ



Era el mes de abril de 1815. Habíamos llegado a casa después
de asistir al acto en la Plaza Mayor, donde se había cambiado
la bandera española por la celeste y blanca. Mientras se acomodaba el rebozo, Clementina dejó deslizar un comentario acerca de la bandera que despertó mi curiosidad...
–Parece ser que la primera bandera que mandó a hacer don Manuel no era como la que tenemos ahora.
–¿Ah, no? ¿Y cómo era, Clementina?
–Asegún cuenta el Ñato Paredes, era toda blanca con una franja celeste en el medio...
–¿Y él cómo sabe esas cosas?
–¡Uhhh! Él sabe...; ¡Lo siguió a Belgrano a todas las campañas! Lo que pasa es que al Ñato nadie le cree, porque anda siempre inventando cosas. Pero yo lo conozco de antes. Cuando me cuenta alguna historia... ¡lo miro fiiijo a lo´ ojo!, y ahicito nomá´ ya me doy cuenta si me va a decir la verdá´ o me va a hacer el cuento. Entonce´ me pongo seria y le digo: “Negro Paredes, ¡no le irás a mentir a una de tu raza! Si baja la mirada es porque se trata de una picardía... Y esto de los colores de la primera bandera me lo contó él, y le juro, niña, que no mentía. Las cosas, según el Ñato,sucedieron así...
Era febrero del año ´12. Andaba Belgrano con el ejército, allá por la villa de Rosario, custodiando el río
Paraná, pa´ que no pasaran los godos... La tropa estaba de capa caída. Y no era pa´ menos; sus compañeros, en el Alto Perú, habían sido derrota´os por los españoles. Quedaba abierto el camino pa´ que los ejércitos realistas entraran a Salta, después a Tucumán y de ahí, por qué no, a la misma Buenos Aires.
¡La Revolución estaba en peligro! ¡Todos sabían que allá en el norte los españoles eran fuertes! ¿Qué se podía hacer pa´ entusiasmar un poco a los soldados?
Y, mientras pensaba, don Manuel se dio cuenta que ni siquiera tenían una bandera. "¡Eso, una bandera, una bandera que sea nuestra!”, gritó.
Y sin perder tiempo, la mandó a coser blanca y celeste.
–¿Y por qué eligió esos colores, Clementina?
–Y... eran colores que usaban los que estaban a favor de la revolución. Poquito a poco se fueron haciendo populares...
Un día una cintita en la solapa, otro día un moñito en el pelo de las niñas, después escarapelas pa´ que los soldados se pusieran en los gorros... Y así hasta que le fuimos tomando cariño a esos colores.
Bueno, como le decía, mandó a coser la bandera y también escribió una carta al gobierno de Buenos Aires, contándole, orgulloso, lo que había hecho.
¡No quiera saber cómo se pusieron cuando se enteraron! ¡Se les pararon los pelos de punta! “¡Pero qué barbaridad, cómo se le ocurre, qué es esto de enarbolar una bandera sin consultar!”, vociferaban. “¡Estas cosas hay que discutirlas bien primero!”, decía otro. “¡Urgente!”, gritó uno, “¡un correo al Rosario avisándole a Belgrano que guarde esa bandera!”. Pero quiso el destino que el general no se enterara. ¡Bueh!, el destino o un caballo medio lento. La cosa fue que cuando el mensaje llegó, don Manuel ¡hacía raaato! Que se había marchao pa´ hacerse cargo del ejército del Norte...
En mayo del año ´12 andaba por Jujuy. Se acercaba el aniversario de la revolución. Pa´ festejarlo, tuvo la idea de reunir a toda la tropa en la plaza y saludar con unos cañonazos a la nueva bandera de la patria. Volvió a informar al gobierno. “Pero... ¡otra vez! ¡Pero qué desorden! ¡Pero qué desobediencia!”, decían en Buenos Aires.
Y vueeelta el correo, ahora pa´ Jujuy, con la orden de guardar esa bandera. Y esta vez Belgrano se enteró. Apenao, fue a ver a su amigo, Juan de Dios Aranivar, que era un cura de aquellos pagos, pa´ ver si le daba algún consuelo... Después de un rato de conversaciones, le entregó unas banderas al padre Juan y se marchó otra vez al campamento.
El cura esperó que se hiciera bien de noche. Aprovechó la intensa lluvia y se lanzó por la callecita pa´ ir al establo a buscar un caballo. Cargó las alforjas con algunas herramientas... Un buen martillo, unos clavos, algunos fierros con punta y..., ¡a todo galope por el camino!
Debajo de la sotana, atadas con una cinta, iban las banderas camino a su escondite... ¿Qué se tenía entre manos el padre Juan?
Se dirigía a Titiri, un pueblecito cercano, pues ya tenía un plan en su cabeza pa´ esconder esas banderas. Habrá llegado a Titiri pasada la medianoche. ¡No había un alma por las calles! Ató el caballo a un poste y enfiló por el caminito. ¿Adónde iba el padre Juan? Su destino era la capilla del pueblo... Empujó con fuerza la gruesa puerta de madera... y entró sigilosamente. Todo estaba oscuro y en silencio. Sólo de vez en cuando el terrible rugido de un trueno estremecía la noche.
El padre Juan recorrió a tientas la capilla para asegurarse que no hubiera nadie. Prendió una vela y fijó sus ojos en cada uno de los muebles y adornos que había en el lugar... De pronto, su mirada se detuvo en unos cuadros de Santa Teresa. Eran lo suficientemente grandes, y los marcos parecían resistentes. Despacito, despacito, comenzó a sacar las herramientas. Mientras tanto, en la calle, unos soldados hacían la ronda nocturna como todos los días. Venían charlando de temas militares cuando, al
pasar por la puerta de la capilla, oyeron ruidos extraños. Miraron por una de las ventanitas, pero la oscuridad de la noche y la fuerte lluvia noles dejó ver nada.
Desde adentro, unos golpes parecidos a martillazos seguían sonando.
Apuraron el paso y fueron hasta la puerta. La empujaron y se abrió. En ese mismo momento, un rayo de esos que pocas veces se ven iluminó enterita la capilla. Uno de los soldados creyó ver un bulto que se movía.
“¡Alto! ¡Quién vive!”, gritó. Nadie contestó. Vuelta a gritar, esta vez
mucho más fuerte: “¡Alto! ¡Quién vive!” Pero nada...
De pronto, una ráfaga cerró con fuerza la puerta de la capilla.
Los soldados dieron la voz de alarma y enseguida vino una patrulla. Prendieron todas las velas, revisaron todito ´ lo´ rincones, pero no encontraron nada.
Mientras tanto, a lo lejos, el caballo del padre Juan galopaba a toda velocidá´ para alejarse de Titiri...
–Pero, ¿y las banderas? ¿Qué pasó con las banderas, tiíta?
–Eso no lo sabe nadie, mi niña. Hasta el día de hoy las primeras banderas de la patria siguen siendo un misterio...

Esta historia forma parte del libro para docentes "Efemérides, entre el mito y la historia".

sábado, 1 de junio de 2013

BIBLIOTECA: UN GATO COMO CUALQUIERA - GRACIELA MONTES





Había una vez un gato de ojos verdes, pelo gris y cola larga. De modo que era un gato parecido a muchos otros gatos. Pero, eso sí, era un gato de bolsillo. Del bolsillo de Aníbal Gobi, guarda de tren del ferrocarril Mitre.
Mientras Aníbal Gobi picaba los boletos con su máquina picadora el gato apenas espiaba desde el borde del bolsillo de su chaqueta marrón.
El Gato de Bolsillo no se acordaba de nada que no fuese el bolsillo de Aníbal Gobi. Tal vez había nacido en el Galpón de la Esquina, o en la Casa de al Lado, o en el Jardín de Atrás. Pero lo cierto es que hacía mucho, muchísimo tiempo que vivía en el bolsillo.
Al Gato de Bolsillo el bolsillo le parecía mucho más lindo que el resto de los lugares del Mundo Grande. El bolsillo era tibio, blando, suave, oscuro, tenía pelusas que hacía cosquillas y era muy fácil acurrucarse en el fondo. El Mundo Grande, en cambio, era frío y caliente, duro y líquido, áspero y liso, negro y brillante; tenía zapatos, ramas, relojes, caras, ruedas y Gatos Peligrosos. Era muy difícil acurrucarse en el Mundo Grande.
Eso, al menos, era lo que pensaba el Gato de Bolsillo hasta las cuatro y cinco de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, porque a las cuatro y diez de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, mientras estaba asomado al borde del bolsillo, observando tranquilamente cómo Aníbal Gobi le picaba el boleto a una señora colorada, el gato vio algo nuevo, algo nunca visto en el Mundo Grande: un ratón de cola de piolín y ojos brillantes, un Ratón Cualquiera, que miraba pasar el tren desde atrás de un poste de la estación Belgrano R.
El Gato de Bolsillo vio al Ratón Cualquiera y enseguida notó que ya era hora de salir del bolsillo de Aníbal Gobi. En el bolsillo de Aníbal Gobi jamás había habido ratones de ojos brillantes y cola de piolín.
El Gato de Bolsillo saltó y apoyó sus patas acolchadas en el piso del tren. Volvió a saltar y cayó en el piso de la estación. El Ratón Cualquiera lo vio, dio media vuelta y empezó a correr por la calle Zapiola, con el Gato de Bolsillo atrás, corriendo y corriendo, corriendo como no había corrido nunca.
Como el Ratón Cualquiera estaba mucho más acostumbrado al Mundo Grande que el Gato de Bolsillo, ganó la carrera y encontró un agujerito donde meterse antes de que el Gato de Bolsillo pudiese sujetarle la cola con la pata.
Entonces el Gato de Bolsillo supo que estaba solo en el Mundo Grande, sin pelusas y lleno de Gatos Peligrosos.
El Gato de Bolsillo les tenía muchísimo miedo a los Gatos Peligrosos. Aníbal Gobi siempre le hablaba de ellos mientras le rascaba las orejas; le había contado que tenían garras afiladas, maullidos malévolos y el cuerpo lleno de horribles cicatrices. El Gato de Bolsillo, en cambio, tenía las uñas cortas porque Aníbal Gobi se las cortaba puntualmente todos los lunes a la noche; maullaba bajito y sólo cuando tenía hambre, y tenía un pelaje liso, entero y sin marcas.
Pensando en los gatos Peligrosos el Gato de Bolsillo se acurrucó detrás de una bolsa de basura. Mientras oía el ruido de los autos y seguía con los ojos los zapatos que iban y venían por la calle, gemía en voz baja: extrañaba muchísimo el bolsillo.
Los zapatos se fueron yendo poco a poco y, poco a poco también, se vino la Verdadera Noche. Y fue entonces que aparecieron uno a uno, uno tras otro, los Gatos Peligrosos.
Los Gatos Peligrosos eran silenciosos como todos los gatos. A veces eran rapidísimos y otras veces muy lentos, como todos los gatos. Y, como todos los gatos, tenían bigotes largos, ojos verdes y amarillos y cola larga.
Pero eran peligrosos. El Gato de Bolsillo enseguida notó que eran peligrosos.
Porque arqueaban el lomo.
Porque maullaban hacia el cielo mostrando las gargantas.
Porque abrían la pata y mostraban las uñas, larguísimas y afiladas.
Cinco Gatos Peligrosos se acercaron al Gato de Bolsillo y los cinco arquearon el lomo, maullaron hacia el cielo y mostraron las uñas. El Gato de Bolsillo los miró con sus ojos verdes y vio que también ellos tenían verdes los ojos.
Entonces pasaron cosas importantes: el gato de Bolsillo arqueó el lomo; después maulló hacia el cielo y los Gatos Peligrosos le vieron la garganta; después abrió la pata y mostró las uñas, que no eran tan largas ni tan afiladas, pero ya le estaban creciendo.
Entonces pasó otra cosa importante: un Ratón Cualquiera. Y los seis gatos- un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos- echaron a correr. Todos persiguieron, todos saltaron tapias, todos esquivaron árboles y se escabulleron debajo de los autos estacionados.
Y pasaron más cosas esa noche. El Gato de Bolsillo se peleó con un Gato Peligroso, pegó un salto muy alto, corrió una carrera, escarbó la tierra, encontró un poco de leche en el fondo de una bolsa de basura y se afiló las uñas en al pared de piedra.
Y cuando ya empezaba a clarear los seis gatos- un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos- se fueron al Baldío de Enfrente y encontraron un rincón oscuro, tibio y suave arriba de un montón de trapos viejos. Y se enroscaron a dormir todos juntos.
Entonces el gato de Bolsillo supo que en el Mundo Grande no sólo había ratones de ojos brillantes y cola de piolín; también había bolsillos llenos de pelusa.